Una copa con laura
Había algo en su forma de mirar que no dejaba lugar a las dudas. Andrea no necesitaba hablar para hacerse notar. Su presencia era como un perfume caro: envolvente, sofisticado, inolvidable.

Nos encontramos en un hotel discreto, cerca del centro de Madrid. Cuando abrió la puerta, lo primero que sentí fue el calor de su piel al rozar mi mejilla con un beso suave. Llevaba un vestido azul oscuro, sencillo pero letal. Su andar era lento, como si cada paso fuera parte de una coreografía pensada para seducir sin esfuerzo.
—¿Estás cómodo? —preguntó, mientras servía una copa de vino.
Lo estaba. Tal vez demasiado. La conversación fluía como el vino, con silencios que hablaban más que las palabras. Andrea no tenía prisa. Jugaba con su cabello, con mi atención, con mis ganas.
Cuando se acercó para sentarse junto a mí, sentí que todo lo que venía después estaba escrito desde antes de vernos. No fue solo deseo. Fue presencia, complicidad, y ese tipo de conexión que solo ocurre una vez.
Aquella noche entendí que el lujo no siempre está en lo que se ve… sino en lo que se siente.
